miércoles, octubre 11, 2006

Historias de Lesbianas - 8


Cuando el sueño termina

"Fue un beso breve, duro, firme, aburrido, pero me bastó sentir por dos segundos sus labios carnosos y suaves sobre los míos para darme cuenta que era ella con quien quería pasar el resto de mis días. Por fortuna, ella pensaba lo mismo que yo, así que desde ese momento nuestras vidas se hicieron una y nuestros sueños marcharon inevitablemente de la mano".

Un buen día me dijo "no me gustan las mujeres". Lo dijo con la frente gacha, los ojos perdidos quién sabe dónde, mientras a mí el mundo se me caía al suelo, el mundo que para mí se resumía en esos dos años de intensa relación que fueron los más felices de mi vida.

Siempre la quise, siempre me gustó, siempre la busqué. Las clases en la universidad partían para mí cuando ella llegaba - siempre atrasada- y se instalaba en los primeros asientos entre los chiflidos de mis compañeros y la cara molesta del profesor que no soportaba ser interrumpido.

Entonces, yo la miraba buscar sus cuadernos, veía sus dedos finos y largos hurgueteando en su bolso en busca de un lápiz que nunca encontraba y que inevitablemente se tenía que conseguir con el compañero más cercano. Mi mirada la seguía también mientras matábamos el tiempo con mis amigas tiradas en el pasto y ella nunca se sentaba con nosotras, porque no le gustaba ensuciar sus pantalones que en ese entonces debía lavar a mano. Atónitas, mis amigas la contemplaban arrancar unas hojas de cuaderno para sentarse sobre ellas. Así te ganaste el mote de "siútica". Yo sólo me enamoraba más y más de ti.

Nunca tuvo un pololo estable, sólo pequeñas y fugaces aventuras producto del alcohol o el aburrimiento, así que en mi mente guardaba la recóndita esperanza de que tal vez no le gustaran los machos recios de nuestra universidad y alrededores y prefiriera las suaves caricias de una mujer hecha y derecha.

En algún lugar de mi ser, sabía que mis miradas, mis silencios y mis deseos, no pasaban indiferentes por ella. Como si de telepatía se tratara, de repente notaba sus ojos sobre mí justo cuando yo estaba pensando en ella, o veía cómo se volteaba hacia mí cuando yo la llamaba con mi corazón desde varias sillas más atrás de la sala.

Algo nacía entre nosotras, un algo recíproco que nos negábamos a aceptar, porque no encontrábamos una explicación lógica y sencilla para ese caudal de energía y electricidad que explotaba en nuestros ojos cada vez que se cruzaban en una escalera, en la biblioteca, en el casino o en cualquier parte.

Pero nada de esto se hacía manifiesto en la realidad. Todo era conjeturas, suposiciones y esperanzas que se ahogaban al primer intento de acercamiento. Este tira y afloja duró cerca de dos años, periodo en que nuestros corazones acumularon todo el amor, la rabia, el deseo y la incertidumbre de este amor sin nombre que se negaba a tomar cuerpo y forma.

Hasta que un día no dimos más. En medio de una absurda discusión en que nada nos decíamos pero todo lo insinuábamos, la miré a los ojos y sin preguntarle me acerqué peligrosamente a su boca y la besé.

Fue un beso breve, duro, firme, aburrido, pero me bastó sentir por dos segundos sus labios carnosos y suaves sobre los míos para darme cuenta que era ella con quien quería pasar el resto de mis días. Por fortuna, ella pensaba lo mismo que yo, así que desde ese momento nuestras vidas se hicieron una y nuestros sueños marcharon inevitablemente de la mano.

Comenzaron así los años más felices de mi vida. Nos llenamos de proyectos e ideas en común, como por ejemplo tener una casa pequeña ubicada en una céntrica arteria, comprar un sillón azul, dos gatos (uno para ella, uno para mí), cuidarnos mutuamente en caso de enfermedad (en la salud y enfermedad, en la riqueza y la pobreza). Sabía que mi eterna búsqueda había finalizado, que ella sería siempre para mí. Nunca más dormiría sola, nunca más miraría las estrellas y desearía morir. Nunca más.

Cegada en mi pasión, olvidé que el amor es de dos y que mientras yo estaba feliz, en el corazón de ella ya comenzaba a prender la débil llamita de la duda.

Lo noté cuando sus besos se volvieron esquivos y fríos, cuando su cuerpo no reaccionaba a mis manos temblorosas de deseo, cuando sus ojos se perdían más de la cuenta en profundas cavilaciones, cuando mis desatinos ya no le producían risa y no le parecían tiernos.

Entonces fue cuando me dijo "no me gustan las mujeres. Desde que soy niña he anhelado un estilo de vida especial para mí. Veo como pasan los años por mi cuerpo y siento que mis sueños no se cumplen y comienzo a desesperarme. Yo quiero casarme, tener muchos hijos. Esa es la vida para la que me han educado. Esa es la vida que quiero. Te amo, no sabes cuánto te amo, pero nunca dejaré de pensar que no estoy siendo honesta contigo porque en mi corazón siento que debo seguir buscando mi felicidad. Tal vez quise refugiarme en tu amor, pero siento que no estoy siendo justa contigo. Yo no soy lesbiana".

Y entonces terminamos. Decidimos seguir siendo amigas, pero poco nos duró el intento. Mi corazón ardía de dolor al verla tan cerca de mí y ya no poder tocarla, rozar su pelo con mis dedos, tomar su cintura distraídamente mientras contemplábamos el escaparate de una tienda, mirar sus ojos radiantes y perder la noción del mundo que nos rodeaba, o simplemente decirle te amo casi en un susurro para que nadie nos escuchara, para que nadie fuera testigo de ese amor que era sólo nuestro y era el más grande de todos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

awwww q triste :(

Anónimo dijo...

si que triste yo tanvien pase por algo similar y duele muxisimo

Anónimo dijo...

si que triste yo tanvien pase por algo similar y duele muxisimo

Anónimo dijo...

muy triste pero ya encntraras a una persona q te valore