Margarita Pisano
Antes que existiera o pudiera existir cualquier clase de movimiento feminista, existían las lesbianas, mujeres que amaban a otras mujeres, que rehusaban cumplir con el comportamiento esperado de ellas, que rehusaban definirse en relación a los hombres, aquellas mujeres, nuestras antepasadas, millones, cuyos nombres no conocemos, fueron torturadas y quemadas como brujas. Adrienne Rich. Todo está procesándose en la historia y está ese viejo tema del amor, la pareja y los límites Las mujeres hemos sostenido largas luchas externas e internas con nuestras capacidades, de querer ser actuantes de nuestros deseos, de entendernos mujer y entendernos mujeres en colectivo; nuestros diálogos internos, fundamentalmente, han sido de feminidad a feminidad, es decir de construcción patriarcal a construcción patriarcal de este deber ser sobre nuestro cuerpo mujer. El diálogo mujer/mujer es aún un pendiente, pues el dialogo que existe, el que hace memoria, el que hace la historia, es el femenino/femenina. En este diálogo prima la ajenidad de la mujer, es un diálogo «del otro», es el acondicionamiento al amor patriarcal, nunca el amor entre mujeres como conjunto pensante, pues aun dentro de la construcción del amatorio hemos sido apartadas. Hemos tenido que declararnos inteligentemente medio tontas para existir y permanecer en el prado marcado y señalizado de la feminidad y, esto tiene más trascendencia de lo que a primera vista aparece como una treta de sobrevivencia, sobrevivencia que es a cuesta de nuestra dimensión humana, pensante y actuante, es a cuesta de este diálogo mujer/mujer. Mientras no seamos capaces de interrogar el diseño del modelo que «han hecho otros de nuestra erótica», de nuestras formas de erotizarnos, mientras no seamos capaces de aceptar y crear otros modelos, de abrir la atracción entre mujeres, abrir la necesidad de entrar en diálogos corporales y erotizados con una otra igual, no nos amaremos a nosotras mismas, no nos amaremos como mujeres y, fundamentalmente, no nos respetaremos como género. Cuando nos interrogamos, recién comenzamos a meternos en el mundo, recién comenzamos a romper la propia misoginia -con una misma y con las otras-; antes es un estar como de invitada, convidada a un sistema que piensa por nosotras, que se erotiza con nuestros cuerpos, no con nosotras, sino con esa extrañeza sobre nuestro cuerpo mujer con que nos han signado, siempre un poco afuera, fuera del mundo, fuera de la cultura, fuera de la política y fuera de nuestro propio cuerpo. Me preocupan esas mujeres que se declaran profundamente heterosexuales, que divinizan el cuerpo masculino, aunque sea ese mismo cuerpo que adoran el que las ha sometido a la secundaridad como especie, el que las menosprecia. Esta otra memoria velada de nosotras, que existe, que es parte de nuestra historia, es toda una cultura subsumida en la «feminidad». Existe una atracción entre mujeres, justamente por toda esta ajenidad a la que hemos sido sometidas, un deseo que podríamos asociarlo a la pasión más que al amor, a la solidaridad o a la amistad entre mujeres, este deseo de aprender /aprendernos, de conocer/nos, de descubrir/nos. Desde el lugar de la pasión, quién sabe, sea posible entender/nos y entender las cosas que nos pasan entre mujeres. Desde la feminidad construida es muy difícil entender esta pasión entre mujeres, pues la memoria está borrada y no se deja circular, porque indiscutiblemente el sistema instala la feminidad misógina, que propone el odio hacia nosotras mismas, el menosprecio, aunque algunas veces nos eroticemos en este espacio tan significado. Por esto cuando nos erotizamos en este espacio tan significado de la feminidad, quedamos estacionadas, no cambiamos nada más que «el cuerpo de la erótica». La dimensión de la pasión y su memoria dentro de nosotras existe, tenemos que encontrar/la y significar/la en el tiempo, hay que registrarla y hacerla salir del lugar de la nada, ya que el patriarcado tiene una especial preocupación de borrarla, de eliminarla incluso de la memoria de nuestros propios cuerpos porque allí radica su vigencia, allí constituye su poder. Es nuestra responsabilidad, nuestro desafío, entender y construir esta dimensión del deseo/pasión/de conocer/nos. Podría afirmar que toda mujer conserva esta otra memoria/inmemoriada, que su forma de relacionarse con otra mujer está traspasada de este contenido. Nada podría proponerse desde el feminismo y, en especial, desde el feminismo radical, si no pasara por recuperar «esta otra historia» de mujeres.En todo ser humano existe la potencialidad de traspasar los límites culturales establecidos de la heterosexualidad y, sólo si acepta esta potencialidad podrá deshacerse de los prejuicios contra las lesbianas y los homosexuales y, me atrevería a afirmar, que más allá de romper con los prejuicios, asumiendo esta potencialidad no estática de la erótica, podrá empezar recién a limpiarse de la misoginia del sistema y esto no es el mismo ejercicio que ejecutan los hombres ni los hombres homosexuales, pues ellos siempre se han amado a sí mismos y armado misóginamente, estén donde estén. La amiga íntima y nuestros pequeños incidentes lésbicos Las mujeres tenemos siempre una amiga íntima, una otra que nos contiene, una aliada y es con esta otra que se cruzan nuestros pequeños incidentes lésbicos, inmediatamente negados. Esta negación se enraiza en la sensación de terror de descubrirse pensando o sintiendo la pasada del límite de lo permitido en la formación de los modelos de la erótica y la ética/moral establecida. Se paraliza ante la sanción inminente del sistema, se niega a sí misma, para no ser denegada dos veces por el patriarcado: una por ser mujer y la segunda por ser lesbiana. Otras no tantas que rehusan cumplir con el comportamiento esperado, son las minorías rebeldes que nos hacen valientes, son las que transitan y asumen el lesbianismo y aquellas que se abren a comprenderlo de verdad.Una gran parte de los problemas que tenemos para hacer amistad entre mujeres pasa por esta pasión/deseo de conocer/nos, esta pasión no reconocida, no historiada, ni aceptada aun en los niveles más profundos de nuestra conciencia. La pasión/deseo al ser negada y constantemente postergada se transforma en rechazos, traiciones y odios tremendos fuera de la razón y del tiempo, pues es «la otra» la detonadora de esta pasión/deseo sancionada, es la idea de la Eva tentadora del mal, la que hace caer al hombre, y que esta vez funciona para nosotras, es la Eva nuestra. Es, pues, difícil construir una amistad, que no esté prejuiciada y permeada de esta prohibición misógina de amarnos. ¿Qué memorias no recordadas arrastramos, qué historias de sensaciones de quemas y pérdidas de nosotras mismas traemos por querernos, qué mandatos al fin de odiarnos, sin siquiera entender lo que nos pasa? Lesbianismo/parejismo/espejismo¿Cómo querernos de otra manera sin los roles, sin las inseguridades, sin las demandas de propiedad/fidelidad, sin el drama, el tango, sin el bolero, sin el secreto, sin deslealtades, sin traicionarnos constantemente? Es en este espacio amoroso entre mujeres donde podemos reinventar otras formas de amor, este «otro amor», ese sospechado de «otra cultura», donde nos sepamos mujeres pensantes y no inventadas por otros, dónde rediseñar otras formas de convivencias entre seres humanas/os que no sea la pareja del dominio. Puesto que el amatorio es masculinista, «la construcción de la pareja está patriarcalizada en el dominio», y el patriarcado está en su salsa con esta construcción convencional del amor parejil. Arma esta escasez de amor en un discurso del amor grande, único, de a dos, en pareja y para siempre, que al final mata los amores, a unos por culposos y a otros de tanto amor; instala el dolor, no el amor. Es como el cuchillo de Robin Hood, porque Robin Hood clava el cuchillo del amor, del buen amor, del amor salvador que poco a poco se va confundiendo con el cuchillo de Jack el Destripador, y una muere siempre de alguno de estos dos cuchillazos, duelen lo mismo, matan lo mismo. La estética, la belleza del amor patriarcal está simbolizada en la esclava/la dominada, la más bella de todas: la dominada. La que no ocupará el sitial de la reina, la depositaria del deseo que no es la metáfora de la reina, pues la reina es la madre de los hijos, la continuadora del linaje, la segunda (siempre) después del rey, la guardiana de sus intereses, la custodiadora de su poder y de los valores que lo sostienen. Esto sigue vigente, aunque pinten a las reinas y a las esclavas de todos los colores, de todas las modernidades. La estética y la ética de la lesbos es por el contrario la horizontalidad, porque en esa horizontalidad suceden los intercambios persona a persona. Este espacio amoroso debemos dibujarlo, inventarlo, tenemos que narrarlo para que vaya construyendo un saber-amar-otro, para que vaya acumulándonos en sociedad de otra manera, con otra ética y otra estética. Debemos tener cuidado de no readecuar la pareja, creyendo que inventamos otro modelo, esto no sería más que un reacomodo al mismo fango patriarcal. La cultura vigente nos hace sentir que somos diferentes, que nuestras construcciones de pareja son diferentes, al mismo tiempo que nos sumerge a todos en sus costumbres y sus valores, haciendo que todos, de una u otra manera, repitamos los mismos modelos. Reinventar otro tipo de relación/amor conlleva el hecho de repensarnos a nosotras mismas, repensar nuestras formas de relacionarnos, repensar las estrategias parejiles y esto tiene una regla -si es que podemos hablar de reglas- y es saber no engañarnos a nosotras mismas, y cuando hablo de engañar, no hablo de infidelidades ni fidelidades sino de no disfrazar nada, de no esconder nada, ni protegernos, ni proteger a otros; esto tiene una dosis grande de valentía, de riesgos, de asumirse sin protecciones propias ni ajenas; tiene a una descubridora, una aventurera dentro y nada es intocable, nada es incuestionable, nada es sagrado; tiene un objetivo claro y profundo de hacerte expresada, libre y más humana... y esto no hay que confundirlo con hacerse más buena, porque generalmente es todo lo contrario, pues el «buenismo» amortigua, esconde todo, niega todo; se arma desde el sacrificio y la hipocresía... A estas alturas del cuento, muchas ya sabemos lo difícil y doloroso que es... no contar finalmente el cuento... cuando tenemos otro cuento. Si no reestructuramos, realimentamos, rediseñamos, rehumanizamos y repensamos el espacio lésbico, caemos de rodillas en la exaltación patriarcal del romántico amoroso sentimental donde creemos estar lejos de la traición de los hombres, exaltando la feminidad-feminidad: el amor sin límites dentro de la irracionalidad; el amor sentimental, sacrificado, incuestionable, sagrado; el amor en sí mismo como contenido de honestidad, de intereses comunes; este amor que no se piensa, como si no tuviera una persona responsable detrás con sus valores, su cultura, sus proposiciones, su propia biografía y es, precisamente aquí, donde el patriarcado tiende la trampa, pues no es el hecho de romper el límite de la erótica establecida, la transgresión, sino el pensar dicha transgresión, diseñar estrategias para que tal transgresión no sea como todas, recuperada.Si no nos detenemos a repensar la pareja, que es la base del clan familiar patriarcal donde se aprende el poder sobre las personas, estaremos repitiendo el modelo, es decir, buscaremos casarnos, legitimarnos ante el sistema, tener hijos, y si no tenemos hijos suplir la carencia con gatos o perros que serán cuidados como si fueran niños; en fin, la cadena no se detiene en establecer las imitaciones de la familia, la familia de mentira que es peor que la familia de la consanguinidad, y no estoy diciendo que no haya que querer a los niños o a los animales, sino no usarlos como suplentes, ni confundirlos como tan fácilmente lo hacemos, de tratar a los niños como animales y a los animales como niños. La pareja existe porque existe la lógica del dominio y el juego de la pareja es el juego de dominio patriarcal; de ahí el tópico de: «En el amor y en la guerra todo se vale»: tener servicio secreto, tener cautivos, rehenes, estrategias, asaltos, traiciones, planificación de ataque, inmolaciones, derrotas, victorias, etc. Estas maniobras en la guerra se disfrazan tras el halo heroico salvador, lo mismo que en el amor; sin embargo, en el plano amoroso todas estas maniobras son pintadas de novela rosa. Esta cultura no entiende ni construye seres completos y en sí mismos, libres y autónomos, por el contrario, los hace carentes de tal manera de tener que completarse en otro/otra, dependiendo siempre de otro/otra y esto además lo construye socialmente. Una persona sin necesidad de completarse en un otro/otra, con proyectos y deseos independientes está en desventaja ante el sistema, al mismo tiempo que está en completa ventaja hacia a sí misma, está con el poder de diseñar su vida, está en la libertad. Sin embargo, el sistema que está armado para la pareja, sanciona esta libertad del diseño de la propia vida, los ve casi tenebrosos, pues el sistema está pensado para dos y, además, está pensado para la pareja reproductiva, no para individuos, no para sujetas/os que se van modificando en el tiempo con la vida, sino para sujetos estáticos y conservados de a dos. Muy distinto es hablar de la libertad de estar, amar y transitar acompañado con un otro/otra, que estacionarse en una pareja patriarcalizada con la proyección de por vida, repitiendo el modelo de la propiedad. El sistema arma la pareja (matrimonio) de tal manera que: uno tiene el poder y el otro el contrapoder (roles que se invierten, que no siempre son estáticos). Cautiva a las personas con el mandato de la seguridad que proporciona la fidelidad, con la propuesta y el anhelo de eternidad, con lo cual esta construcción basada en el amor, termina por encerrar el amor y matarlo. Debemos entender que esta construcción del amor no la armamos las mujeres aunque seamos las más atrapadas en ella, nos instala los propios guardianes de la feminidad, al que rendir cuentas, al que explicarle y justificarle: por qué miraste, por qué no llegaste, por qué pensaste, por qué te fuiste, por qué volviste, por qué soñaste, por qué gritaste, por qué te rebelaste. Los otros modos, los otros ensayos de convivencias son invisibilizados y castigados por el sistema, pues el sistema está vigilado (Foucault). Como lesbianas, tenemos una historia gestual de vida que va más allá del relato amoroso vigente. Por ello, sumergirse en una pareja ya significada, tiene muchos costos, costos de vidas enteras, del mismo modo que salirse de las actuales formas de amar con sus fidelidades y lealtades también tiene costos de vidas enteras, no sabemos hacerlo, no hay modelos, no hay registro -a pesar de haber muchos ensayos silenciados-, no tenemos idea de cómo hacerlo; con tantas inseguridades, carencias y miedos con que nos socializan, lo sufrimos todo, porque solamente estando sumergidas en el drama nos sentimos vivir y morir al mismo tiempo. El drama atrapa, impide cualquier reflexión que no pase por los estados obsesivos del dolor, pues la cultura vigente está basada en el dolor-sufrimiento. No hemos resimbolizado la vida y menos el amor como para vivirlo de otra manera, no hemos desentrañado las proyecciones de propiedad sobre otra persona y para que exista una otra/o como propiedad, pues debe existir una propietaria/o, una depositaria de nuestro sacrificio de entregarnos, e insisto en que el sacrificio es una trampa y hasta que no descubramos lo tramposo que es este sistema sufriente, seguiremos permeados del sacrificio de unos por otros... y no estaremos saliendo de toda la hipocresía antagónica del sistema... No quiero que nadie se sacrifique por mi ni quiero sacrificarme por nadie, no creo en mártires, ni en cruces para construir el respeto de lo humano. Recreando parejas sacrificadas no se construye el respeto y esto es un gesto profundamente político. Es necesario romper nuestras necesidades tan profundamente inscritas con argumentos culturales biologicistas de complementaridad, ya que éstos han llevado a entender el amor solamente en su dimensión reproductora, protectora y cuidadora de la pareja heterosexual, tan funcional a un sistema capitalista y neoliberal. La pareja lésbica que debiera romper profundamente esta construcción cultural, se enreda mucho más que la pareja heterosexual, tan instalada y legitimada: por un lado, se mantiene en un medio totalmente hostil que hace que se unan, se protejan, se encierren la una a la otra como una condición de sobrevivencia y protección ante el medio. Por otro lado, al salirnos de este amor reproductivo y de dominio, tomamos el discurso del romántico amoroso sentimental. El hombre que es el infiel por naturaleza, ya no está, no es requerido, ni esencial en el juego amoroso, por lo tanto, si nos juntamos dos mujeres que somos «la fieles por naturaleza», las que «sí sabemos amar», «las que amamos sin límites», traducimos estas fidelidades en clausuras, le ahorramos la clausura al sistema, nos sistematizamos, «nos ordenamos» en pareja, nos perdemos como personas individuales, nos simbiotizamos con la otra en un gesto siamésico, quedando todas las alternativas de libertad, de amor, de vida, de eros, clausuradas, pues la pareja es una construcción cultural creada por los hombres en aras de sus seguridades y acomodaciones sociales; es la reducción minimizada del poder, por ello está siempre en crisis y, aunque nos empeñemos en esconder dicha crisis, cada cierto tiempo volverá a aparecer en el horizonte, alucinada con otros eros, otros despertares corporales, otros deseos de libertad. La pareja ya significada hace a la gente perder no sólo el amor, sino el deseo de aventura, de aventurarse en otros seres, de aventurarse a inventar nuevas sociedades, nuevas culturas, nuevas formas de relacionarse. Hace desaparecer aquel anhelo de la comprensión, y es justo allí donde aparecen los seres rotos por dentro y por fuera, toda esa cantidad de seres humanos que no están vigentes, pues depositaron en otro/a toda su capacidad erótica, amorosa y creativa, y sin ese otro/otra se trasforman en seres amputados y esto que pareciera que pertenece al mundo del amor, al mundo privado, es del mundo concreto, de la vida cotidiana que construimos como sociedad.¿A quién le estamos entregando el poder sobre nosotras? ¿Cuánto rato en la historia respondimos a la familia, la que juzga, mal/ama y finalmente nos instala en una sociedad a su imagen y semejanza? ¿Cómo poder vivir nuestros amores y desamores, de tal manera que sean una propuesta de respeto humano y libertad más allá de las protecciones y de los sacrificios de los moldes de propiedad y fidelidad patriarcal? El día que tengamos un lenguaje de narración propio de la sexualidad de las mujeres, propio de la sexualidad lésbica -no el lenguaje de la negación que hemos tenido hasta ahora, no el lenguaje de la sexualidad legitimada y profesionalizada, hoy tan de moda, resguardada constantemente en sacralidades- podremos limpiar este espacio y lograr que sea diferente. El amor no es uno sólo en la vida, no nace de generaciones espontáneas, existe un hilar de amores, como de collares, que se van engarzando en el tiempo. Cada uno tiene un sentido, cada uno trae una propuesta, en cada uno va quedando un pendiente, y todos estos pendientes, acumulados, reservados en el tiempo son los que aparecen reales y concretos en el presente amor y éste del presente va a constituir, a su vez, hacia el futuro otro pendiente... El amor no es uno sólo, ni muere en un accidente en la esquina, es un constante de nuestras vidas, aparece como aparecen los seres humanos -diferentes-, nos provocan nuevos desafíos de entendernos, nuevos desafíos de rediseñarnos y sanarnos del «maltrato cultural», de entender que hay varias maneras de entender el compromiso por otra persona, el sentir amor mientras dure el sentimiento, y este compromiso sólo puede ser el cuidar lo más que se pueda este sentimiento, que una vez que empieza, también empieza a desaparecer; como todo en la vida, tiene un inicio, un tiempo y un término. Sé que los sueños, los amores y las libertades que no se viven, se mueren por dentro... te pudren, te matan de a poco. Mira como está este mundo sin sueños, sin amores, sin libertades, muriendo.Somos Nosotras las que tenemos que... Repensar nuestras formas amorosas de relacionarnos, repensar nuestras formas políticas de relacionarnos, religarlas, pues son políticas. Si como lesbianas queremos instalarnos en la pareja patriarcal, no estaremos cambiando nada más que el cuerpo de nuestro deseo erótico; cambiamos el cuerpo masculino por el femenino, pero con la misma escenografía para montar el mismo cuento, no estamos proponiendo ningún cambio más que el deseo de legitimación como grupo minoritario. Al mismo sistema que nos deslegitima le suplicamos que nos legitime, haciéndolo doblemente poderoso. Y cuando hablamos de sistema estamos hablando desde el núcleo familiar hasta las instituciones, todos constituidos por seres de carne y hueso. Es ahí donde perdemos el rumbo, pues no puede existir una modificación del sistema hacia nosotras, sino un acomodamiento de nosotras al sistema, por ello me sorprendo de ver que existan lesbianas que quieran casarse o que deseen ser parte del ejército... más allá del derecho de igualdad y las vocaciones de cada una, creo que hay que repensar la vigencia del matrimonio, pues es una institución tan patriarcal como los ejércitos. Tenemos que separar aguas con quienes quieran darle continuidad a un sistema injusto, arbitrario, racista, basado en la propiedad privada y en la primacía del hombre blanco. Un movimiento lésbico-político-civilizatorio, repiensa todos los elementos que trenzan el sistema y desde ese lugar diseña sus estrategias políticas. No puede entregar su reflexión a otros grupos marginados, pues lo único que lo une a otros grupos marginados es el solo hecho de la marginación. No tenemos los mismos intereses políticos que los ecologistas, que los gays, los travestis -que son los que han retomado y reinstalado el discurso de la feminidad- ni con los diferentes proyectos de los partidos políticos, ni de las iglesias, etc. Sin pensar/nos y re/pensar el movimiento lésbico político civilizatorio, no podremos desarticular el sistema, pues sin este remirarnos, no sabremos si es desde dentro del propio movimiento lésbico que estamos traicionando nuestras políticas y nuestras potencialidades civilizatorias. El análisis de la realidad desde la cultura vigente y sus propuestas, es una realidad que no existe para nosotras, es una realidad donde nunca estuvimos, ni estaremos, ni estamos, ni nos pertenece como análisis, por esto debemos revisar muy cuidadosamente la necesidad de adherirnos a cualquier análisis o propuesta de cambio que no provenga desde nosotras mismas, recuperar nuestras propias reflexiones, nuestra propia historia política, pues obviamente no tenemos los mismos intereses de otros grupos marginados; podemos hacer alianzas circunstanciales, pero no dejar que nuestro discurso sea tomado por otros, que se pierda en otros. Sintiéndonos «tan fuera del sistema» nos bajan nostalgias de legitimidad, y esas nostalgias nos pierden y traicionan nuestra historia, terminamos por querer estar en el centro mismo del poder, cuando el desafío político es no formar parte del sistema, no colaborar con el mismo sistema que hace años nos quemaba en las plazas públicas y que de otra manera, menos visible, nos sigue quemando, nos sigue persiguiendo, nos sigue reciclando. Hay un límite ético y político con nosotras mismas y nuestro cuerpo; por esto, dejar las cosas como están, ya no es posible, no existe esa realidad para nosotras.
Margarita Pisano 16 de octubre de 1997
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