por Nade *
Era invierno. Hace poco había dejado de llover. Todo estaba húmedo y se había levantado una densa neblina, lo que hacía que todo se viera tétrico y, de cierto modo, desconocido. Cuando todo está así, y da sueño, me baja el romanticismo, me atacan los recuerdos... esta vez no fue la excepción.
Pero como no estar en la luna en la luna con el sabor de tus labios tan fresco aún en mi boca...
Al recordar ese momento se me viene todo aquel día a la cabeza...Hacía calor.
Yo estaba en clases de biología, ansiosa por salir, pero ¿cómo no estarlo? Si mi corazón me decía "te está esperando, sé que te está esperando". Mi estómago estaba tenso, sentía mariposas revoloteando en él, y mis ojos no se alejaban de la ventana que daba al parque, el parque de nuestro primer encuentro. La noche anterior, tu y yo, habíamos discutido, no recuerdo por qué, sólo recuerdo que me había enojado mucho contigo.
Tocaron el timbre, bajé corriendo los cuatro pisos, mi compañera volaba detrás de mí. Me pidió que la fuera a dejar a su casa que quedaba cerca, yo accedí, pero le dije "acompáñame primero a este paradero (el del parque) porque tengo un presentimiento", y fuimos. Pero, antes de llegar, mis ojos dieron con lo que, durante todo el día, habían anhelado. Vi a esa chica, de no más de 1.65 mts, morena, de pelo liso, castaño oscuro, una boca similar a la de los gatitos, con su aro, y sus ojos, ¡Esos ojos que me hacen alucinar! Tus rasgados ojos felinos, profundos como un mar nocturno.
Me quedaste mirando como diciendo "¡sorpresa!" Pero yo no estaba sorprendida, mas bien satisfecha. Quizás tenga un sexto sentido...Quizás te conozco demasiado.
Ese semáforo en rojo me desesperaba, solo deseaba correr hacia ti, abrazarte para siempre, y no dejarte ir jamás. Pero estaba mi compañera que aún no sabe de mis sentimientos.
Una sonrisa radiante se dibujó en mis labios. Mi compañera no entendía nada. Pero jamás entendería la felicidad que me inundaba, como si fuera el pozón al que el agua de una catarata va a dar, al ver tu cuerpo de mujer en todo su esplendor, tu abdómen firme, tus contorneadas piernas escondidas tras esos pantalones negros, tu cintura estrecha, tus caderas, tus pechos, ¡todo! Todo era, y es, perfecto para mi.
Luz verde. Crucé sin despegar mis ojos de los tuyos. Sonreías, yo también. Te saludé como si nada, un beso y un abrazo.
Luego de que mi compañera se fue (sola) me entregaste una carta. Sabía que era una disculpa por lo de la noche anterior, la guardé, pues es incómodo que lean una carta que tu escribiste contigo presente. Caminamos, nos perdimos entre la espesura de gente del centro de Santiago.
Caían gotas desde los edificios, me explicaste que era por el aire acondicionado, de todos modos, a ambas, nos daba asco, por lo que me quitabas del camino de las goteras que me pillaban desprevenida. Pero, en un momento que llegó como caído del cielo, fui yo quien te apartó de la misma manera en que tú lo hacías...tomándote la mano. Pero yo, yo no te solté, ni tú quisiste soltarte.
Y llevaba tu mano derecha. Ambas mirábamos o al frente o al suelo. Noté que estaba ruborizada. Para mi sorpresa, tú también.
Caminamos mucho. Compramos helados, aún recuerdo los sabores, también recuerdo que te di a probar del mío, te di en la boca. Tú hiciste lo mismo. Ese helado me supo a gloria. Jugábamos con lo dedos. Yo adoraba tus uñas, tú, buscar mis huesos.
Me llevaste a una plaza solitaria, habían tres o cuatro personas. Esta rodeada de casas antiguas. Y, a pesar de estar a dos cuadras del centro, no pasaba ni gente ni autos. Pasamos dos horas dando vueltas, siempre de la mano, por el centro.
Eran las 9.20, y me dijiste "Nade, jodimos, el pase escolar dura hasta las 9 en las micros" pero no me importaba. De súbito, diste un salto, me tomaste de la mano y saliste corriendo conmigo a la rastra. Te pregunté que pasaba, dijiste "el pase funciona hasta las 9.30 en el metro" yo te dije que no, que solo era hasta las 9, pero tu, testaruda, dijiste que llegábamos, corriste sin parar. De repente chocamos con una chica, y al vernos dijo "¡¡TATU!!" y se puso a reír. Yo también reía, y tú también, sonrojada, mientras corrías.
Para mi sorpresa, entramos. Tomamos el metro. Todo se me venía abajo... te bajarías en U. De Santiago, y yo, tres estaciones más allá, Las Rejas. Todo volvería a la normalidad dentro de unos minutos. No quería eso por nada del mundo. Pero llegamos a tu estación, no te bajaste. Querías revisar tu mochila, y como de costumbre, te agachaste. Pero te quedaste ahí, mirando el piso, agachada junto a mi.
Entonces, una estación antes de la mía, me agaché a tu lado, no subiste la mirada. Comencé a acariciar tu cabello, me dijiste "No Nade, aquí no", sonabas molesta...o triste (días después me enteraría de que te habías enfermado, quizás fue el helado). Mas yo te ignoré, y, tras aquella pausa, continué acariciándote, admirándote. Estación Las Rejas. Me miraste afligida. Ignoré el hecho de que debía bajarme. Estaba perdida en algún recóndito lugar de tus profundos ojos.
- Nade...
- No.
- Pero Nade, te debes bajar.
- No me voy a bajar.
- Pero...
- No.
Me quedaste mirando. Ya no estabas triste.
Ultima estación, San Pablo.
Nos bajamos. Las pocas personas que quedaban se fueron hacia la salida. Tu tomaste mi mano nuevamente, y nos dirigimos al cambio de andén lentamente, muy lentamente. Decías, bromeando, "váyase señor del metro, no lo necesitamos aquí". Yo me sonrojé, pero antes de reaccionar, apretaste mi mano y dijiste "Nade..." pero no continuaste. Me atrajiste hacia ti con fuerza, tu estabas más alta, y yo, antes de darme cuenta, estaba amarrada a ti en un beso.
Me faltan palabras para describir lo que sentí... Tus tan anhelado labios me besaban, por fin. (me sentí como la chica de la propaganda de pasta de dientes).
Pero no reaccioné hasta la segunda vez.
¡Diablos! ¡Estaba besando a la chica que yo amaba por primera vez! Y debo admitir que ahí me puse más seria. Recordé tu aro del labio inferior ¡Qué delicia!.
Hicimos el cambio de andén. No sé en qué momento el señor del metro te había oído, pero al ver que una señora se nos alejaba corriendo al llegar al otro lado, me di cuenta me di cuenta de que alguien había sido testigo de lo ocurrido. Me reí. Yo iba volando detrás de ti, en un ensueño...pisaba nubes inexistentes.
Silencio.
Llegó el metro. Abordamos.
Íbamos solas en el último vagón. Me besaste nuevamente. Sentía tu mano en mi cuello, mientras yo jugaba con tu aro.
Siguiente estación. Nadie abordó. Nada nos detenía.
Tercera estación. Dos hombres abordaron y se sentaron frente nuestro mirándonos con "interés" (como si fuéramos carroña para jotes).
Nos reímos, y me dijiste "¿te da vergüenza?" te dije "no". Fuiste a besarme, pero por error nuestros labios no se encontraron..."¿Ves que te da vergüenza!?" .
Entonces te miré, y te robé el beso más apasionado que he dado en mi vida. Ese exquisito sabor a peligro, a ser descubiertas, a estar haciendo algo "malo" hacían la mezcla perfecta.
Cuarta estación. Subió mucha gente, demasiada para ti, me dijiste "no ahora, hay mucha gente". Me dio pena, pero estaba feliz.
Cuarta estación, Las Rejas.
Me paré cuando empezaba a sonar el timbre de alerta. Te robé un último beso de los labios y me bajé corriendo. De inmediato me arrepentí de no haberme bajado una estación más allá. Pero eran las 10pm, yo había salido a las 7. Subí corriendo las escaleras. Feliz, inventando la excusa perfecta...
Pasaron los dias, estabas alejada. Luego leí en tu weblog como correspondías a tu ex..."¡Yo también te amo! Disculpame, me dejé llevar por el momento...Gracias por amarme como yo a ti". Me rompiste el corazón en mil pedazos.
Han pasado seis meses desde ese dia y lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Tu estás con ella otra vez.
Hay neblina, y yo aquí recordando...Llorando.
Ahora voy casi diariamente a esa plaza esperando tu regreso, porque, aunque sé que estás con ella, yo aún te amo.