Dos mujeres en dos habitaciones contiguas de un pequeño y sencillo hotel en la ciudad. Una está ahí por trabajo, la otra por placer. Dos mujeres solas. Cada una se siente intrigada por la otra. Cada una sospecha, sin saber bien por qué el lesbianismo de su vecina de cuarto, aceptando la posibilidad de estar equivocadas, de estárselo inventando en sus mentes, porque a veces la soledad resulta ser una amiga demasiado imaginativa y nos hace creer que cada mujer que se nos cruza, siente igual que nosotras.
Las delgadas paredes que las separaban dejaban filtrar los sonidos de la habitación vecina. Cada una juraba que oía la respiración de la otra, los suspiros escapados de algún sueño húmedo, los pasos inquietos retumbando en el piso de madera en medio del frío de la madrugada, la suave e impertinente música en horas no adecuadas. Pero nada sabían una de la otra, aunque morían por averiguarlo. Y así pasaban los días, las miradas, los roces en la escalera, los “buenos días” y “buenas tardes” de rigor.
Uno, dos, tres, cuatro días. Al quinto, último día, una lluvia torrencial las encuentra mojadas y jadeando de tanto escapar del aguacero en el pequeño y antiguo ascensor. Improvisan una conversación. Risas nerviosas. Olor a ropa mojada. Súbitos temblores, profundos latidos. Ese pequeño lunar que nunca le había visto, ese rizo delicado que cubría su oreja, los dedos largos, las uñas cuidadas, la pequeña cicatriz en la boca. Un buenas noches frío y apresurado, un caminar rápido a las habitaciones respectivas, mil vueltas en la cama sin poder dormir, varios cigarrillos consumidos uno tras otro.
Y golpear su puerta a las tres de la mañana, esperar que abriera en camisón, despeinada, con los ojos llenos de cansancio. Y antes de decir nada, de buscar la excusa que justificara esa extraña visita, dejar que el silencio diera paso a lo demás. Cerrar la puerta, quedarse de pie una frente a la otra, inmóviles, esperando el primer contacto, el primer roce.
Nada había que decir que no se hubieran dicho bastante en ese lenguaje de miradas y silencios. Ya todo estaba explicado, no había tiempo que perder. Se arrancan la ropa, la cama las recibe tibia y acogedora, los cuerpos se descubren entre las sábanas. Las manos buscan los senos, los dientes muerden los pezones, los cuerpos se consumen desesperados y silenciosos. No hay nada que decir así que nada digas. La mañana vendrá pronto, no te resistas. Abre tus piernas, gime despacio en mi oído, siente mi lengua dentro de ti, eres tal como te había imaginado, clava tus uñas perfectas y cuidadas en mi espalda, dime tus fantasías y déjame cumplirlas, mírame a los ojos y llega conmigo al final. Seis de la mañana. Hora de partir.
Dos mujeres que nunca se llegaron a conocer. Dos mujeres que abandonaron el mismo día el hotel, odiando volver a la rutina, viendo partir a la otra en un taxi, preguntándose qué habría pasado si yo..., qué habría pasado si ella.... Una última mirada antes que partan los vehículos. Una promesa muda y una sonrisa. Hasta el próxima vez. Aquí te espero.
3 comentarios:
Hola, veo que has publicado muchas de mis historias. Las puedes seguir publicando pero debes indicar autor y de donde las obtuviste, para que no tengas problemas de copyright. OK? gracias
Angie inostroza
www.rompiendoelsilencio.cl
www.angieinostroza.blogspot.com
demasiado buena esta historia .. muy linda
HERMOXA HISTORIA!
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