miércoles, octubre 11, 2006

Historias de Lesbianas - 4


El precio de una mentira blanca

"Para variar lo encontré con resaca y me costó un mundo convencerlo para que saliéramos a caminar. Mientras le contaba de Angélica y de la realidad cada vez más sólida de mi sexualidad, esperaba de todo corazón que fuera él quien tomara la decisión de terminar conmigo".

por Angie Inostroza

Me despedí de Angélica en el umbral de su casa. La besé con ternura y sin prisa, tratando de prolongar el máximo tiempo posible ese momento mágico; intentando guardar en mi corazón hasta el último detalle de sus húmedos labios recorriendo los míos. Con su aroma aún impregado en mi cuerpo, me encontré de frente con la temprana luz del sol. Había en mis ojos un brillo renovado y mis frías manos recordaban con nostalgia las cálidas voluptuosidades del cuerpo de mi rubia angelical. Sentía algo nuevo dentro de mi y lo veía reflejado en todas las cosas a mi alrededor. Una nueva persona había nacido en los brazos de Angélica; una criatura que se alimentó con su amor y que se hizo fuerte sólo cuando enfrentó la verdad que tanto se había negado a asumir. Y esa criatura era yo.

Por primera vez en mi vida recorría las calles con la frente en alto, orgullosa y satisfecha, porque ya no habían mentiras detrás de mis ojos. Encendí el último cigarrillo que me quedaba y mientras lo hacía recordé el perfil de Angélica recortado en la penumbra de su habitación, aspirando el humo de su cigarro y soplándolo con labios voluptuosos sobre mi pecho desnudo.
Mientras el sol de la mañana quebraba mi frente, me alisté para dar el siguiente y definitivo paso. Busqué unas pocas monedas en mi bolsillo, hice parar una micro y partí a la casa de mi pololo.

Para variar lo encontré con resaca y me costó un mundo convencerlo para que saliéramos a caminar. Mientras le contaba de Angélica y de la realidad cada vez más sólida de mi sexualidad, esperaba de todo corazón que fuera él quien tomara la decisión de terminar conmigo. Pero había olvidado un dato esencial. Cuando meses atrás le dije que me gustaban las mujeres, no le dije que yo era lesbiana; sin pensar mucho en las consecuencias, le dije que yo era bisexual, dejándole abierta sin darme cuenta la esperanza de que siguiéramos juntos.

- Bueno, si quieres puedes tenerla como "amante", pero para todos los efectos yo sigo siendo tu hombre. ¿Cierto?- me dijo con la voz llena de sarcasmo.

¿Por qué le dije que era bisexual? ¿Por qué le dije esa mentira?. Creo que lo hice para no herir sus sentimientos y para que no se diera cuenta así tan de repente que, entre otras cosas, nunca me gustó hacer el amor con él y nunca tomé en serio sus planes de matrimonio y de hijos. En el fondo, él había sido un gran amigo y yo quería aminorar su dolor lo más que se pudiera. Las mentiras blancas eran mi fuerte, pero esa vez me salió el tiro por la culata.

Afirmándose en mi supuesta bisexualidad, mi pololo creía que aún tenía una oportunidad conmigo y que a la larga yo optaría por la estabilidad y la vida "normal" que él me ofrecía. Nos despedimos sin haber terminado del todo nuestra relación.

A los pocos días me llamó para que conversáramos mejor el asunto. Para mi ya estaba dicho todo, así que no comprendía su insistencia en discutir algo que estaba más que claro. Nos juntamos en una plazuela cercana a mi casa y, con lo ojos llorosos, me confesó que estaba tan mal con todo lo que estaba pasando que había tenido que consultar a un sicólogo. Según él, este sicólogo le había dicho que la bisexualidad como tal no existía y que una persona o es heterosexual o es homosexual, sin términos medios. En resumidas cuentas, una mujer heterosexual podía tener tendencia homosexual (eso era lo que él pensaba de mi), pero a la hora de elegir entre uno o lo otro siempre terminaría optando por un hombre. Lo que mi pololo quería darme a entender con esta teoría era que yo lo amaba a él y que Angélica era una especie de etapa perfectamente superable.

- Por eso, lo que tienes que hacer ahora es decidirte - me dijo sonriendo, seguro de que él sería el elegido y de que todo esto no había sido más que un desliz.

- Entonces tenemos que terminar definitivamente. Soy lesbiana y nunca había estado más segura que ahora - le contesté mirándolo a los ojos y con mi verdad como único escudo.

Lo que pasó después nunca me lo habría imaginado. Mi, desde ese momento, ex-pololo se puso de pie y, gritándome furioso, me dijo que me fuera entonces con la "degenerada" y "rarita" de mi amiga, porque sólo al lado de ella una "anormal" como yo podría estar bien. Agregó que no le interesaba ser mi amigo, ya que él me quería para tener hijos y no para cultivar una linda amistad.

Así que, finalmente, había aparecido el simio que todo hombre lleva dentro. Quise creer que todo lo que me decía era producto del dolor y del despecho y que todas esas palabras hirientes provenían de un ser atacado en lo más profundo de su hombría al ser cambiado por una mujer.

Pero analizándolo mejor, ¿para qué querría yo tenerlo como amigo?. ¿Cuántas veces en el pasado le oí decir que a los gays había que volverlos hombres a puras patadas? ¿Cuántas veces lo vi mirar con desprecio a las parejas de hombres homosexuales y mujeres lesbianas que llenaban las discos a las que yo lo llevaba? Y descubrí algo en lo que nunca me había fijado, y era que él representaba todo lo que yo detestaba en una persona: era intolerante, discriminador y, más encima, homo y lesbofóbico.

Esa noche terminamos definitivamente, y por fin me sentí libre. Había terminado por fin con esa maldita dualidad que me apretaba el corazón. Ahora era cuando empezaba de verdad mi nueva vida. Tendría que empezar de cero e ir descubriendo de a poco las nuevas posibilidades que me esta me ofrecía. Pero no tenía miedo. Estaba lista para nacer de nuevo.


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