A finales del siglo XIX y comienzos del XX en Estados Unidos y Gran Bretaña comenzó a ser relativamente frecuente que algunas mujeres de la alta sociedad, siempre con educación o dinero propio, optaran por no casarse nunca y por vivir en cambio apasionadamente ligadas a otras mujeres. Estas parejas eran estables y admitidas por la sociedad de su tiempo, que no veía nada peligroso en que dos mujeres se entregaran la una a la otra, construyeran un proyecto de vida en común y vivieran exactamente igual que un matrimonio. El sexo lésbico era impensable. No se sabe a ciencia cierta si estas mujeres mantenían entre ellas relaciones sexuales no porque el sexo por entonces no se nombraba, y mucho menos el sexo lésbico, pero parece fuera de toda duda que por lo menos algunas de ellas sí que tuvieron sexo. Se escribían apasionadas cartas de amor en la que se llamaban una a la otra "esposa" y en la que, en muchas ocasiones se hacen veladas referencias al placer sexual; viajaban juntas y pedían cama de matrimonio en los hoteles, pidieron ser enterradas juntas y todo esto no despertaba ninguna suspicacia en aquella sociedad victoriana.
El fenómeno se produjo especialmente en los Estados Unidos, en las zonas universitarias de la Costa Este durante las últimas décadas del siglo XIX. Para que estos "matrimonios" fueran posibles se tenía que dar una condición imprescindible, que las dos, o al menos una de las dos mujeres, fuera independiente económicamente, pues esa circunstancia era la que iba a posibilitar vivir sin un hombre. Y ser independiente económicamente siendo mujer no era entonces muy frecuente, sólo algunas mujeres de familias ricas se lo podían permitir. De hecho, una de las excusas que se daban para renunciar a la vida de mujer casada, a la vida familiar y con hijos, era precisamente el poder trabajar y desarrollar una carrera intelectual, sólo en ese caso la sociedad aceptaba esa situación. La posibilidad de estar casada y trabajar fuera de casa era considerada más despreciable que la de renunciar a la vida familiar por la carrera. De hecho, muchas sufragistas de la época mantuvieron este tipo de matrimonios bostonianos (llamados así por la novela de Henry James, "Las bostonianas", que relata precisamente la vida de estas mujeres). Muchas de ellas fueron las primeras universitarias de su época, las primeras en ser admitidas en las universidades, las primeras científicas, las primeras feministas.
Aunque es absurdo pretender que ninguna de estas parejas tuvieron relaciones sexuales, lo que sí está fuera de duda es que ellas no se identificaban como lesbianas o como homosexuales. Primero porque tal término no existía o no se usaba nunca, y segundo porque para ellas era más importante el hecho de haber renunciado al único papel social que las mujeres tenían asignado, el de esposa-madre que tener una determinada sexualidad. Además, mientras estas mujeres vivían sus vidas sin preocuparse de lo que los demás pensaran de ellas, los científicos y sobre todo los sexólogos de la época ya estaban interesados definiendo lo que era una lesbiana. Una lesbiana era siempre una mujer de clase trabajadora, normalmente odiaba a los hombres, era un hombre encerrado en un cuerpo de mujer; le gustaba hacer las cosas que les gustaban a los hombres, e incluso hacerse pasar por hombres en muchas ocasiones, fumar, los ejercicios violentos, los modales rudos. Las bostonianas, mujeres distinguidas, elegantes y cultas, no sentían para nada que ellas fueran hombres atrapadas en cuerpos de mujer, se sentían mujeres que habían decidido vivir de otra manera, como mujeres y con otras mujeres. Por eso no se sentían en nada identificadas con esa definición que comenzaba a aparecer de las lesbianas.
Eso permitió a Emma Goldman, famosa reformadora social y luchadora anarquista exclamar acerca de una mujer de la que se supo que acababa de fugarse con otra mujer: "Qué odiosas son las lesbianas. Odian a los hombres y todo lo hacen en contra de ellos". Estas palabras las dijo cuando ella misma mantenía una relación lésbica con una prostituta a la que ayudó a abandonar la prostitución y con la que se escribía apasionadas cartas de amor. Emma no odiaba a los hombres, luego no se sentía una de ellas. A comienzos del siglo XX la presión de los científicos acabó con esta forma de vida con la que algunas mujeres habían conseguido un espacio de libertad para ellas mismas. Comenzaron a escribirse libros en los que se advertía contra las parejas de mujeres que tenían entre ellas "demasiada intimidad" y, a partir de aquí, cualquier mujer que tuviera relaciones sexuales con otra no podía ya dejar de saber que era una lesbiana, lo que en ese momento era denostado y perseguido socialmente.
Extraído de http.//www.corazonles.com
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