martes, junio 05, 2007

MATERNIDADES


Por María Luisa Peralta

Un día de marzo de este año, nos pidieron que alguien de Lesbianas a la vista fuera a hablar en un panel sobre no discriminación, que era parte de un seminario para jóvenes. Fabiana, mi compañera en el grupo y en la vida, fue la encargada de tomar ese lugar.
Primero habló una abogada, especialista en bioética, que dio una larga charla sobre "no discriminación" y "tolerancia", durante la cual, en ningún momento, mencionó la orientación sexual. Después vino el turno del panel, que estaría integrado por una cantidad de personas que viven realidades específicas y experimentan en cuerpo propio la discriminación. Hubo demasiadas ausencias y sólo estaban Fabiana y un muchacho indígena. En un momento de su exposición, mi compañera mencionó, entre varias iniquidades, el hecho de que las lesbianas no tenemos garantizado por ley el acceso a la inseminación artificial (como tampoco lo tienen las mujeres solteras heterosexuales y bisexuales). Tales sus textuales palabras. Llegado el momento de las preguntas, la primera en pedir la palabra fue la abogada especialista en bioética, que le reprochó a mi compañera el haber usado la expresión «inseminación artificial» y le dijo, plena de dignidad ofendida, que las especialistas en bioética consideran mucho más respetuoso hacia el cuerpo de las mujeres el uso de la expresión «fecundación asistida», y acto seguido le soltó una breve lección sobre el poder del lenguaje (algo que mi compañera ya había remarcado con suma claridad mientras exponía).
Como lesbiana de 26 años que considera la posibilidad de tener hijas/os en algún momento, suelo pensar bastante en torno de la combinación lesbianismo/maternidad. Por eso me quedé pensando en lo que dijo la abogada, que me había chocado profundamente y al principio sin saber muy bien por qué. Luego pude darme cuenta.
Decidir convertirse en madre en esta sociedad hétero-patriarcal no es un hecho ingenuo o inocente, sino uno cargado de significados e implicancias. Todas fuimos criadas en una sociedad con expectativas hacia nosotras como nenas y mujeres, que incluyen la expectativa de que nos convertiremos en madres, algo que se nos presenta todavía hoy casi como un destino ineludible. Y de hecho lo es en cuanto a reconocimientos, apoyos, y hasta parámetro del éxito de nuestras propias madres como reproductoras de fuerza de trabajo e ideología. Y, aun cuando muchas heterosexuales y la mayoría de las lesbianas eligen no ser madres, todavía somos bombardeadas permanentemente con mensajes acerca de que "la maternidad es lo natural" y el no ser madre es una excentricidad antinatural, una rareza, un egoísmo vergonzoso, una infracción demasiado grave al orden establecido de las cosas.
Uno de los aspectos más interesantes de la maternidad lésbica es, desde mi punto de vista, esa posibilidad de resaltar la maternidad no como un deber de y hacia la naturaleza, sino como una elección. Que las lesbianas hablemos de y reclamemos el derecho a acceder a la inseminación artificial (o más en general, a la fecundación artificial, puesto que la inseminación es sólo una de varias alternativas disponibles), pone de manifiesto esta visión de la maternidad como una elección y no como un deber o una imposición de la naturaleza. Y eso fue lo que tanto me molestó de la abogada: su perentoria corrección de nuestro discurso borró de una pasada lo artificial (como si hubiera un temor a eso, a lo no necesario, lo único propiamente humano de los seres humanos, lo único que verdaderamente nos diferencia de los demás animales a los que nos unen la naturaleza y lo necesario), re-naturalizando la maternidad, y puso en juego la palabra «asistida», que les devuelve a los hombres el papel central en los asuntos reproductivos que las tecnologías modernas amenazan con quitarles, dándole una pátina de imperfección y defecto a la procreación sin pene. Los hombres pueden respirar tranquilos con la Iglesia y una apreciable cantidad de mujeres, monitoreando de esta forma que sus privilegios no sean expropiados.
Lo más subversivo del hecho de que muchas lesbianas elijan tener hijas/os por fecundación artificial, es la apropiación creativa de unas tecnologías que no fueron desarrolladas pensando en nosotras y en las nuevas familias que podemos crear -contrariando el modelo de familia nuclear heteropatriarcal-, sino, muy por el contrario, para permitirles a algunas parejas heterosexuales con complicaciones biológicas pasar por una serie de engorros y gastos de dinero para ajustarse lo mejor posible al ideal que el sistema les impone (y si no lo logran, por lo menos lo intentaron denodadamente, lo cual les confiere casi la misma aceptación social y libera a esas mujeres de toda sospecha).
Y esto nos permite pensar en las razones de la actual controversia en torno de la maternidad lésbica: ¿por qué, si siempre ha habido mujeres que amaban a mujeres (aunque por razones históricas no se identificaran a sí mismas como lesbianas) que han parido y/o criado hijas/os, ahora se genera un debate tan agitado en torno a la cuestión? Si siempre hubo mujeres, de cualquier orientación sexual, que por las más diversas circunstancias de la vida han criado solas a hijas e hijos (biológicos y adoptados) o a niñas y niños con los que tenían algún otro lazo de parentesco sin que nadie lo cuestionara jamás (al contrario, era su deber como mujeres hacerse cargo de esas criaturas sin importar las razones por las cuales los padres se habían desentendido de ellas), ¿por qué ahora se lanzan admoniciones semi-apocalípticas acerca de esas criaturas criadas por parejas de lesbianas, sin padres, presentando la situación como una de las peores que le podrían tocar a una nena o a un nene? ¿Por qué todo este alboroto en torno a la declinación de la «familia tradicional» y ese reclamo desgarrado por un retorno a los supuestos «valores familiares» cuando todas/os sabemos que esas familias están basadas en las jerarquías y la opresión, que son el espacio donde se produce la mayoría de los abusos sexuales a las nenas y los nenes, que tienen como función principal mantener la supremacía de los varones y actuar como unidades de consumo en las economías capitalistas? Porque ahora se pone de manifiesto la elección de ser lesbianas y de ser madres. Recién ahora se pone de manifiesto que no es inevitablemente necesaria la participación del cuerpo de un hombre para la concepción, dado que ahora disponemos de tecnologías eficaces, a pesar de que todavía sean muy costosas. Si hasta ahora los hombres hicieron lo posible por controlar la gestación (un proceso que involucra exclusivamente al cuerpo de las mujeres) penalizando el aborto y demás, ahora ven que también se les escapa de las manos el control absoluto de la concepción. Ya no se trata de negarse a usar un preservativo, ahora es más serio: directamente pueden no estar involucrados más que como donantes de esperma (algo muy meritorio y muchas veces generoso, aunque haya algunos que lo hagan por dinero o por un deseo de saber continuados sus genes con un mínimo de molestias para ellos y sin la carga de la paternidad).
Esto, a su vez, marca una diferencia entre las generaciones de lesbianas. En nuestro país, prácticamente todas (no puede asegurarse que todas) las lesbianas que actualmente son madres han concebido, gestado, parido y criado total o parcialmente a sus hijas/os dentro de relaciones heterosexuales, en general matrimonios. Esto ha tenido sus ventajas y desventajas. Entre las desventajas, las más claras son los trastornos y angustias ocasionados por los juicios de divorcios y tenencias de las/los hijas/os. Entre las ventajas podemos mencionar que estas lesbianas no se ven tan expuestas como lesbianas: siempre existe un padre que puede ser presentado ante la escuela, el médico, el club, las familias de las/los amiguitas/os de sus hijas e hijos y ante sus propias familias de origen. Estas lesbianas primero fueron madres y luego se asumieron como lesbianas y/o decidieron vivir como lesbianas (algunas, en los tiempos pre-tecnologías reproductivas, se casaban aún sabiéndose lesbianas justamente para poder tener hijas/os). Creo que este orden en la historia personal es lo que se pone de manifiesto en su autoidentificación como madres lesbianas (como parece que se identifican hasta ahora todas las lesbianas de nuestro ámbito que tienen hijas/os).
Distinto es lo que sucederá cuando algunas de las más jóvenes de edad (paradojas de la vida lésbica: muchas de nosotras llevamos viviendo como lesbianas más años que algunas madres lesbianas veinte o treinta años mayores que nosotras) decidamos tener hijas/os. Para reflejar el orden de nuestra historia personal deberíamos llamarnos "lesbianas madres", lo cual, además, implica que, como opción política, primero nos identificamos con las lesbianas y luego con el ser madres. Cuando en nuestro país haya una masa crítica mínima de lesbianas en esta situación, pueden suceder algunas cosas todavía inéditas aquí: habrá una especie de visibilidad forzada frente a las instancias que se mencionaron antes porque no existirá el padre, por lo que se hará inevitable que se manifieste la existencia de esa familia lésbica. La emergencia de estas familias, junto con las familias gays, representará un cambio histórico e ideológico de importancia, porque implicará una identidad de familias lésbicas (y gays) todavía inexistente o muy embrionaria.
Sin embargo, lo que todas las lesbianas que tienen y las que queremos tener hijas/os tenemos en común es nuestra experiencia como lesbianas que nos hace diferentes a las madres no lesbianas. Ponemos en cuestión el significado mismo de familia, el qué constituye una familia. Como lesbianas que son o que seremos madres, desafiamos las presunciones tradicionales acerca de los roles de género, acerca de quién puede hacer qué en una familia. En nuestras familias, todos los roles, responsabilidades y funciones son (o serán) llevados a cabo por mujeres. En nuestros hogares, el poder no está basado en el género. O al menos así podría ser y así decimos que debería ser, idealmente. Y de esto depende la respuesta a la gran pregunta que como comunidad tenemos que hacernos: las familias lésbicas (y gays) ¿son inherentemente asimilacionistas o progresistas? El deseo de formar familias lésbicas ¿es un signo de madurez como comunidad y un gran desafío a la sociedad heteronormativa, o el primer paso hacia la asimiliación y, en última instancia, la invisibilidad?
Si se utiliza la maternidad de algunas lesbianas para oprimir en cualquier forma a aquellas lesbianas que no desean ser madres, si dejamos de cuestionar el significado de «familia», su definición y su función dentro de la sociedad heteropatriarcal, si nuestros reclamos políticos no van más allá de obtener algunos privilegios de los que disfrutan las parejas y familias heterosexuales, si no cuestionamos a la escuela y sus contenidos de enseñanza, si nos adecuamos al ideal de familia del sistema para sentir que somos más aceptadas dentro de la cultura mayoritaria, todo lo que hemos logrado hasta ahora se habrá perdido y la combinación lesbianismo/maternidad no habrá sido otra cosa que una expresión más de lesbofobia y heterosexismo internalizados, algo conservador y reaccionario, y habremos perdido la gran oportunidad histórica que las lesbianas de fines del siglo XX tenemos en las manos gracias a todas nuestras predecesoras (amazonas, mujeres que amaban a mujeres, amigas románticas, lesbianas de décadas anteriores, feministas no lesbianas, etc.) de lograr un cambio verdadero en los cimientos mismos de esta sociedad.
Si, en cambio, vemos a la maternidad lésbica como una opción más dentro de la gran diversidad existente dentro de las comunidades lésbicas, si valoramos y defendemos esa diversidad no oprimiendo ni permitiendo que se oprima a algunas miembras de nuestras comunidades, si demandamos nuestro derecho a decidir si queremos o no tener hijas/os, cómo y cuándo y a tener acceso a toda la información disponible acerca de tecnologías reproductivas, si celebramos la enorme diversidad de familias lésbicas (y gays, o en ocasiones mixtas) que somos capaces de crear, incluyendo a nuestras familias de elección no unidas por vínculos de sangre, si reclamamos y proclamamos nuestro derecho a actuar, pensar, vestirnos y comportarnos según nuestro deseo (cualquiera que sea) y no según lo que perturbe menos al sistema, si somos capaces de cuestionar radicalmente la opresión y la violencia que son piedra basal de esta sociedad sanguinaria, si no transamos en sacralizar la familia para que sean más aceptadas nuestras propias familias, entonces habremos logrado empalmar en la mejor cultura de cuestionamiento y agitación social que recibimos de nuestras predecesoras, habremos convertido a la maternidad lésbica en una afirmación más de nuestro orgullo lésbico, en una posibilidad más de visibilidad, en una creación de nuestras comunidades capaz de cuestionar una de las instituciones que conforman el sustento más indispensable del heteropatriarcado. Habremos hecho un aporte revolucionario más. Depende de nosotras.

Publicado en NX Nº 70 (septiembre, 1999)

Bibliografía:
· Dike life: from growing up to growing old, a celebration of the lesbian experience. Karla Jay (editor). 1995. Publicado por BasicBooks
· The lesbian couples' guide. Judith McDaniel. 1995. Publicado por HarperCollins
· The cultural necessity of queer families. Jillian

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buen artículo. Aún siendo del año 1999, persisten las mismas inquietudes. Yo con 26 años, como la autora en el momento de redactarlo, podría expresar lo mismo en 2008 viviendo en Barcelona, España, supuestamente una de las ciudades con mayor libertad y visibilidad homosexual...Todo lo cual me lleva a pensar que estamos aún estamos lejos vivir como deseamos.
GABRIELLA.