viernes, mayo 25, 2007

Hasta el amanecer 2


CAPITULO II



Su habitación en casa de su tío era pequeña, con las paredes pintadas de la misma cal blanca del faro y cortinas estampadas de colores claros, tenía los muebles justos para que resultara cómoda y no faltara espacio, una cama, un armario y un escritorio de madera con una silla. La ventana daba al mar, se respiraba un agradable olor a salitre; sentada en el suelo, con la cabeza contra el filo del colchón, Lucía pensaba en la sonrisa de Eva. Y en sus ojos. Y en sus brazos, bronceados por el sol y llenos de pecas. Y en sus labios. Le gustaba; si, le gustaba mucho. Mucho. Demasiado... suspiró mirando al techo, desde esa postura si giraba un poco el cuello podía ver el cielo, sin una nube, a la vez que entraba la marea de la tarde. En aquella semana le había enseñado ya todo el pueblo, el funcionamiento del faro, la playa, las rocas donde podían encontrar erizos y cangrejos... tenía una energía, una vitalidad que parecía no acabarse nunca, una risa... irresistible, sólo con oírla le daban ganas de reír también a ella; era increíble, pero solo en siete días era como si sólo existiera aquella cala y aquella chica para ella. Cada vez que la veía se sentía la chica más feliz del mundo, su piel se estremecía al más mínimo roce, sentía una especie de cosquilleo desquiciante por las caderas que le subía hasta la garganta, hasta la boca y su ansias y se mezclaba con esa otra sensación, más profunda y dolorosa, que encogía su alma dentro del pecho. Por las noches sólo soñaba con estar con ella, con saber que ella también estaba en sus sueños, que de alguna forma también le pertenecían, soñaba con confundirse con su ropa y susurrarle interminables palabras de amor para sentirla derritiéndose en sus brazos como ella se derretía al imaginarlo. Era... intentaba encontrar la palabra que pudiera describirla, cogió el papel y escribió: ¿... como un rayo de sol reflejado en un rayo de luna, como la espuma del mar que te salpica y te llega al corazón?. Se quedó pensativa. Se llevó una mano a la cara frotándola lenta pero fuertemente; no, no. ¿Se había enamorado?... Deseaba acercarse a su oído y girar de improviso hacia su cuello, aspirar su aroma, besarla... Ayy... no, te has enamorado Lucía, te has enamorado y no es sólo este cielo, esta playa, este verano. Es tu chica. Es...
Pero no pudo terminar la frase, se echó a llorar con la cabeza entre las piernas y el alma en cada lágrima.
Se levantó y se dejó hundir en sí misma con Sinead O'Connor, Nothing compares you llenaba todo el vacío que las paredes retenían. Llevó una mano al cristal mientras contemplaba el atardecer poniéndose contra el azur salino y una palabra brotaba cálida y serena de sus labios: Eva. En ese momento se abrió la puerta. El farero se quedó mirando sin entender la escena que se escondía a sus ojos; los misterios de la juventud, pensó, se acercó a su sobrina con cariño, ese cariño natural, algo torpe y amable que caracteriza a los marinos en tierra, gente de pocas palabras y manos que se tienden, dadas.
- Como pongas la música tan alta no vas a escuchar cuando la cena esté lista y se te enfriará.
Apartó su rostro de la ventana y le dedicó la mejor sonrisa que pudo reunir.
- Lo siento, tío.
Era un hombre sin hijos, su mujer hacía tiempo que descansaba en un lugar desde donde sólo se podían ver las margaritas y los hinojos silvestres, pero reconocía lo que había detrás de aquellos ojos marrones, con aquel brillo inconfundible.
- Lucía ¿de verdad que estás a gusto aquí?
- Tío, me encanta esto, es... genial, de verdad.
- ¿Entonces qué es?
- Nada, no es nada. Sólo... nada.
Se encogió de hombros.
- Nada.
Sus ojos decían una verdad muy distinta; era todo, todo, estaba enamorada,
perdidamente enamorada de aquellos rizos pelirrojos que soñaba acariciar una
y otra vez.
Manuel le plantó un sonoro beso en la mejilla y se encaminó hacia la puerta.
- ¿Sabes? me recuerdas a tu madre... eres igual que ella, tan melancólica,
tan lejana con esa expresión soñadora... Ella también tenía esa mirada,
siempre me recordó en brillo que tiene el metal del ancla cuando está bajo
el agua. Era capaz de conseguir cualquier cosa que se propusiera, sabía que
sólo ella podía encontrar su puerto.
No vuelvas muy tarde esta noche, tienes que ayudarme a encender el faro, Eva
tiene el día libre.
- ¿Qué?
- Que Eva tiene el día libre así que tienes que quedarte tú.
- Ah. Vale. Si, estaré a las 12.

1 comentario:

sdarshi dijo...

¿Quien hizo la obra? Está buenisima :'D